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En las montañas de Veracruz, México 

el gran espíritu me permitió sentir el poder de una abuela que encarna la espiritualidad en la fuerza para cuidar a su familia, en la pureza de su mirada, en su dulzura al abrir las puertas de su casa, en su sabiduría transformando como el fuego que eleva nuestro rezo.

Ha construido un hogar, uno de amor, el amor que también sabe darle lugar al dolor, pues es allí donde se ha fortalecido. Ha enseñado a sus hijos y nietos la receta de sus pócimas curanderas… el apapacho, la ternura, el beso, el compartir, la calma.

En cada uno de sus abrazos, que fueron muchos, algo más grande me unía a su ser, no puedo explicarlo en palabras; el calorcito de su corazón cantaba… estás aquí, has llegado a tu hogar, eres hija de la vida, eres hija de Dios, de la montaña.

Gracias Doña Nelly, por mostrarme que la verdadera espiritualidad es la sinceridad, es saber que no necesitamos más que tenernos a nosotros mismos en presencia, en consciencia, en conexión con la vida y con el amor en todo lo que hacemos.